Siempre soñé con tener un paellero, lo recordaba de cuando era pequeña en la casa donde veraneábamos, cerca de Valencia en la Cañada. Y como tengo tiempo y espacio, mi cabeza no para de idear proyectos en la finca, mi marido siempre advierte esto es lo último, y yo digo sí, cuando otra nueva idea me ronda.
Mis ideas han encontrado a la persona que las realiza las enriquece, y lo soluciona con la sabiduría de la tradición local y con materiales reciclados, la horma de mi zapato. Agustín es un constructor de la zona que es su buen hacer restaura casas a la manera tradicional y recicla puertas, ladrillos, y todo material que por ignorancia se tira.
Los azulejos del paellero son de una cocina antigüa, la puerta de la caseta del motor y del baño con forma de cuco lo mismo y la ventana con la maderita que simplemente se desliza para ver quien llamaba a la puerta en los días invernales de los pueblos de montaña. La madera, Agustín la trata con aceite mineral lo mismo con lo que se fumiga a los árboles, de este modo rechaza carcomas y cualquier xilófago, remedio más sencillo y económico no lo hay. Luego llego yo como anticuaria y le pongo la cera a pincel para nutrir la madera, como una buena crema de cara lo agradece y chupa. El color resultante es el autentico y la madera adquiere aspecto saludable.
La solución del techo me parece de diez, como en las casetas de aquí económica y funcional es simplemente grava adherida al cemente y rematada en unos vierte aguas que son tejas recuperadas invertidas alucinante o no, el agua corre como en el lecho de un río.
El resultado es como la casa de la serie que más me ha gustado este año BREAKING BAD o una casa en México.