Cuando uno entra en una casa de campo y huele a campo lavanda, menta, hierba buena, inmediatamente te seduce y te invita a relajarte. Procuro siempre tener ramos de flores en casa, flores silvestres, claveles, margaritas, nada sofisticado, un cesto con limones recién cogidos o naranjas impregnarán el ambiente de naturalidad.
El encanto y la riqueza histórica de estas casas de campo incitan a su restauración y mantenimiento. Las materias nobles, barro, hierro, maderas, perduran en el tiempo con solemnidad. El tiempo les sienta bien a estas casas.
La piedra de las arcadas, limpia y restaurada ha recuperado su antiguo esplendor. Bajo la escalera en piedra realzada con una barandilla de hierro forjado, se ha conservado un trastero muy práctico, cerrado por una puerta de época patinada en gris. El toque de modernidad lo aportan un macetero en hierro y una lámpara de metal que nos transmiten la misma sensación que los móviles de Kalder.
Esta fantástica casa, restaurada en un perfecto respeto a los vestigios del pasado. La entrada ha sufrido una transformación en aras del confort y la perspectiva. La totalidad de la piedra ha sido pulida y aceitada. Las paredes enlucidas de cal y arena se alisaron con llana para obtener ese tono sutil suave y natural. El armario ha sido pulido y patinado para integrarlo en el ambiente provenzal.
El hall de entrada de esta masía del siglo XVIII, se ha puesto en valor por una escalera curvilínea, adornada con una balaustrada en hierro forjado hecha a medida. Las paredes matizadas en tonos beige armonizan con la solera de piedra de baldosas de Borgoña.
